dissabte, 29 de desembre del 2012

Islandia, mon amour

Uno de los indescriptibles parajes islandeses.
Islandia es un paraje peculiar, frío, oscuro y cerrado, pero con innegables peculiaridades e inigualables paisajes. Reykjavik, su capital, no es más que una ciudad pequeña con puerto, una calle mayor llena de comercios y cafeterías (eso sí, con una peña del Barça). Aún así, tienen un concepto democrático y asambleario propio, heredero de cuando en la Islandia Medieval se formaron los goðorð. Quizá por eso, aunque aquí parezca increíble, en Islandia se hacen referéndums a menudo. ¡Y no se acaba el mundo, oigan! En uno de los últimos, del 9 de abril de 2011, la población islandesa se negó a pagar la deuda contraída con bancos alemanes y holandeses entre 2016 y 2046. Otro de los logros del gobierno islandés ha sido conseguir un acuerdo con los bancos para perdonar la deuda hipotecaria a un cuarto de su población. De Rajoy querríamos esperar lo mismo, pero sabemos que con él eso nunca va a pasar.

No soy muy fan de los templos, pero la belleza
de esta catedral es innegable.
Este comportamiento responsable con la población ha llevado a sus dirigentes, durante lo que se ha llamado Revolución Islandesa (que tan ejemplar ha sido para movimientos como el 15M), a preguntar a su pueblo qué quería hacer con su país: Pagar las deudas impagables durante 30 años a los bancos que destruyeron la economía real del país (en favor de la financiera) o meter en la cárcel a los políticos y banqueros que lo hundieron por completo. El sólo hecho de realizar esta pregunta dice mucho en favor de este pueblo. Al presidente griego Yorgos Papandreu, por sugerir lo mismo, le hicieron dimitir casi inmediatamente. También es cierto que existen algunos mitos sobre Islandia, que este artículo destaca.

Dejando la política, los islandeses, como muchos isleños, son gente cerrada pero que recibe con mucha educación al turismo. Sabiendo que se trata de turistas de un sólo viaje (Islandia es un paraje demasiado lejano como para ir cada año), suelen cobrar caro al guiri, sobretodo en los tours para ir a ver sus fantásticas cascadas, volcanes, auroras boreales o la Blue Lagoon. Nada que no haga cualquier ciudad turística, eso también es cierto. 

El barrio cercano al puerto, reflejo de las típicas casas
que podemos encontrar en Reykjavik. 
En cuanto a sus costumbres, estas cambian cada 6 meses. En invierno amanece a las 10:30 de la mañana y anochece a las 17h aproximadamente, por lo que aprovechan las pocas horas de sol de las que disponen y luego se recogen del frío en sus hogares, alimentados con energía geotérminca (un modelo no sólo muy eficiente y barato, sino que también muy adecuado, teniendo en cuenta que viven rodeados de volcanes).  Eso lleva a que suelan derrochar el consumo de la luz y el agua caliente, porque a diferencia de España (que sube la factura año a año ocurra lo que ocurra), son bastante baratas. El uso de esta energía de origen volcánico provoca, por otra parte, que el agua con la que se duchan o se lavan las manos huela a huevos podridos, porque tiene un nivel moderado de azufre (que desprende este olor). Una peculiaridad más de este país, sin duda. Si hablamos del verano, la vida en Islandia es casi opuesta. Apenas sin horas de noche, los días se eternizan y es habitual ver a islandeses debatiendo en sus casas de madrugada, con la sensación de ser la hora del té de la tarde. 

La Blue Lagoon, una visita obligatoria en Islandia.
Islandia es un país pequeño, con una capital, Reykjavic, también pequeña, si estás acostumbrado a ciudades como Madrid, Barcelona, París o Londres. Pero son peculiaridades como el idioma, su fuerte espíritu norteño, su pasión por la Navidad y su cultura de origen vikingo lo que hacen de este un lugar especial. Quizá no estaría en mi número uno de la lista de países a visitar, pero es sin duda una experiencia única, por muchas razones. Yo personalmente no olvidaré estas vacaciones navideñas por sus espectaculares paisajes, por sus 13 trolls (los Yule Lads, que reparten regalos durante dos semanas en Navidad, como aquí deberían hacer los Reyes Magos) y por los buenos momentos pasados en familia. No sé si volveré algún día, pero es un lugar que no vale la pena perderse.

dijous, 20 de desembre del 2012

Lenguaje Político

Es curiosa la utilización del lenguaje que en los últimos tiempos estamos leyendo sobre la relación entre Cataluña y España. El lenguaje, ya lo sabéis, es fundamental, mucho más de lo que uno pueda llegar a imaginar. Cuando por ejemplo Luis de Guindos dice "ajustes" en lugar de "recortes" o cuando dice "procesos de racionalización de la red de oficinas" en lugar de "despidos masivos en las grandes empresas" no lo hace porque le guste decir "No vamos a hacer A, vamos a hacer la primera letra del abecedario". Este vocabulario rebuscado y torticero, tan habitual en el mundo económico, tampoco se usa porque el ministro quiera parecer "más molón", sino porque el uso (a menudo excesivo) del eufemismo tiene un claro efecto anestésico y/o tranquilizante en la sociedad. No es lo mismo decir "vamos a echar a la puta calle a decenas miles de ciudadanos" que "es necesario llevar a cabo un paulatino adelgazamiento de las estructuras laborales de nuestro país". 

Luis de Guindos, el mayor innovador
del Lenguaje en España.
Es por esta razón que sorprende tanto el tono utilizado para otros asuntos, quizá menos desagradables que el hurto indiscriminado de derechos sociales, pero que sin duda tienen más colorido. Cuando hablamos sobre Catalunya, por ejemplo, la retórica no puede estar más alejada del clásico abuso de eufemismos económicos. El lenguaje se llena entonces de tosquedad, de un tono amenazante y de una más que planificada postura de enfrentamiento. El "rival político" se convierte en "adversario", cuando no en "enemigo". El lenguaje de banderas siempre ha sido poco dado al matiz y a la escala de grises. Siempre es blanco o es negro, siempre es A o es B, siempre es vosotros contra nosotros. Y este lenguaje siempre es usado por ambos "bandos". Porque cuando hablamos de estos temas hablamos de "bandos" y no de "posturas distintas" o de "desavenencias ideológicas". 

Curioso, podría considerar uno, tal diferencia de trato en el uso del lenguaje en una situación y en otra. Nada más alejado de la realidad, la estrategia está más que estudiada. Ambos "bandos" toman muy pronto este lenguaje cuando se dan cuenta que "el enemigo" acecha a sus intereses. Y ninguno de ellos se da cuenta (o son tan irresponsables como para no importarles) que el lenguaje es un poderosísimo generador de odio. Cuando ayer Artur Mas afirmaba que Catalunya tiene "adversarios poderosos y sin escrúpulos" o cuando Mariano Rajoy amenazaba en el Congreso de los Diputados que Mas "debe acatar la decisión de TC" o será inhabilitado como President de la Generalitat (nada menos), saben muy bien que su lenguaje está carente de eufemismos. No es la pasión por una bandera sino la estrategia de comunicación política la que les lleva a realizar declaraciones tan sonoras y aparentemente tan poco meditadas. 

Mariano Rajoy, otro gran innovador del lenguaje.
Sinceramente, me extrañaría muchísimo que Mariano Rajoy se atreviera a inhabilitar a Artur Mas como President de la Generalitat, porque el polvorín social que crearía en Catalunya sería difícilmente controlable. Sería como lanzar unos cuantos bidones de queroseno a un edificio en llamas. Y a Rajoy le veo comandando el mayor robo de derechos sociales de la historia de España, pero no siendo tan estúpido como para alentar hasta tal modo la rivalidad entre Cataluña y España. Por otro lado, hay que destacar que el Presidente del Gobierno tiene su propio lenguaje. A diferencia del lenguaje del de Luis de Guindos (o "guindés", como suele llamarlo Toni Martínez en su sección de La Ventana), el de Mariano Rajoy es capaz de afirmarse y negarse a sí mismo en una misma frase. Ejemplo: "Hemos decidido no pedir el rescate pero eso no significa que no lo vayamos a pedir" (¿donde está la bolita, donde está la bolita?). El trilerismo lingüístico de Rajoy es digno de estudio, sin duda. 

En fin, no quiero despedirme de vosotros sin decir (en "guindés") que "quiero expresar mis más profundos sentimientos de buenaventura en las próximas jornadas de festividad judeo-cristiana de celebración del advenimiento del que para algunos es sin duda el mesías definitivo del pensamiento ético-social mayoritario en Occidente". O lo que es lo mismo (y para que digan que el lenguaje no es importante), "Feliz Navidad" y "Bon Nadal".