dilluns, 24 de febrer del 2014

Operación Palace

El falso documental de Jordi Évole ha sido sin duda uno de los más polémicos que ha realizado este periodista en su carrera. En un formato distinto al Salvados que solemos ver cada domingo en La Sexta, el Follonero (esta vez, más que nunca) se ha jugado el prestigio con un espacio dedicado a un tema tan polémico como el 23F. Se han podido ver, desde las 22:10 de ayer, muchas reacciones por el reportaje, la gran mayoría negativas, por parte de la izquierda española. La decepción con el periodista ha sido grande. Es entendible, pero desde luego no compartible. 

Con "Operación Palace", Jordi Évole, como comentaba en La Sexta, quería mostrar al espectador que es fácil que se miente y manipula a la sociedad en temas de tanto calado como el 23F. También explica el periodista que quiso emular al reportaje "Operación Luna", u otros también que no menciona, como "Alternativa 3". En estos falsos documentales se hace creer al espectador que una teoría es cierta, utilizando a voces de prestigio, para desvelar al final del reportaje que se trataba de un producto de ficción, como poco. 

Lo malo es que Jordi Évole, ha decepcionado a muchos de sus seguidores porque querían creer que lo ocurrido en el 23F era lo que él les contaba. En lugar de entender que la misión del reportaje es demostrar que las mentiras que le cuentan cada día en el Telediario o en las ruedas de prensa de políticos son muy a menudo fundamentadas por gente de renombre, para darles verosimilitud, muchos se han quedado con el "me ha engañado". Este desamor por el periodista, esta decepción por el "engaño" (que en realidad no debería haber sido tal, por varias razones), se fomenta por la cara de bobo que se le han quedado a algunos al descubrir que todos los testigos se desdecían de sus comentarios en "Operación Palace". 

Si alguien se ha enfadado con "Operación Palace", debería preguntarse por qué se enfada. Es poco probable que sea por el final del programa. A los 20 minutos (sobre las 21:50), ya era bastante probable discernir que algo olía mal en ése reportaje. El hecho de que hablen todos estos protagonistas de los hechos, de repente, tras haber callado durante 33 años era muy poco probable. Si esta razón no era convincente, el hecho de la elección del director de cine era aún menos creíble. No porque Garci no fuera bien valorado por muchos en 1981, sino porque la discusión entre la elección de Flotats u otros candidatos rozaba el ridículo, igual que la mayoría de las intevenciones de Jorge Vestrynge. Con todos estos ingredientes, el cóctel dejaba poco lugar a engaño. 

Pero aún así, mucha gente se ha cabreado y decepcionado con Évole, pero probablemente no por el hecho de que "Operación Palace" fuera un fake, sino por el hecho que ha demostrado que la mayoría de esa gente ha creído durante décadas en la milonga que nos contaron en la Transición, cuando en realidad era una farsa. Que la llamada "verdad sobre el 23F" es tan creíble como el documental de ayer. Que la cara de bobo que se le ha quedado a muchos no es por el reportaje, sino por la histórica manipulación que consolidó al Rey Juan Carlos durante 30 años. Por eso es absurdo criticar a Évole, que es el mensajero. Desde luego, "Operación Palace" es un documental arriesgado y una excusa para atizar a quienes le tenían ganas, pero no fue más que una presentación de una teoría falsa y una admisión de su falsedad. Se han enfadado muchos probablemente porque se creen ciegamente lo que Évole explica en Salvados y él les ha demostrado que eso no es bueno, aunque vaya contra sus propios intereses.

dissabte, 15 de febrer del 2014

Alevosía en Ceuta

La inmigración es uno de los casos habituales de dolor inocuo que nos acecha a diario en los medios. Inocuo porque es un dolor lejano y que afecta cada día menos a la sociedad. La distancia es sin duda un antiinflamatorio moral muy eficaz. En el caso de la inmigración, más acuciante todavía. Al inmigrante se le explota laboralmente, se le culpa de aprovecharse de nuestro sistema sanitario, se le insulta con epítetos que suelen acabar en “… de mierda” y se les persigue policialmente aunque hayan entrado de forma legal en el país. Pero eso no inquieta a la ciudadanía, se considera normal y, en algunos casos, hasta comprensible. 

Incluso en los casos más extremos, la inocuidad del dolor inmigrante es más palpable que nunca cuando mueren más de 100 personas en Lampedusa. ¿Quién lo diría, verdad?, pero sí, son personas. Y sí, mueren. No son personajes ficticios de The Walking Dead, zombies hambrientos con ansias de acabar con la sociedad tranquila y urbanizada en la que tan cómodamente vivíamos. Aunque a alguien pueda parecerle noticiable, es fundamental aclarar que, a pesar de no llamarse Juan, José, María, Esperanza, Pedro o Sonia, o de tener una piel clara, o de creer en una religión distinta a la cristiana, siguen siendo seres humanos. 

Foto: Samuel Aranda, WP Photo2012
Pero cuando el dolor se va acercando a nosotros, aunque sea en forma de inmigrante subsahariano, se hace un poco menos soportable. Si es en nuestras propias costas y no en las italianas y si son Guardia Civiles los que no les socorren y no lanchas del “Salvamento Marítimo italiano” (salvamento, qué paradoja), notamos más de cerca el dolor que sufren quienes intentan entrar en España. Dejando de lado el hecho de que hay que estar realmente desesperado para querer entrar en el país de Rajoy, hay que destacar que si estos hombres y mujeres han cruzado medio continente sobreviviendo a desiertos, a mafias y las enfermedades, obviamente no se van a detener por unas concertinas, por muy dolorosas que estas sean (y lo son). 

Lo que en las redes se llamó #MuertesCeuta debería haberse llamado #AsesinatoAlevosoCeuta, dado que según Wikipedia el concepto de asesinato alevoso “consiste en el empleo de medios, modos o formas en la ejecución que tiendan directa y especialmente a asegurarla, sin riesgo para el agresor que proceda de la defensa que pudiera hacer la víctima o con la búsqueda consciente de que el delito quede impune. Son casos de alevosía aquellos en los que se aprovecha la particular situación de desvalimiento e indefensión del agredido, cuando la ejecución es súbita e inesperada, por sorpresa, o cuando se hace mediante acechanza, apostamiento, trampa, emboscada o celada”. Por cómo se han producido, parece que la definición es bastante atinada. 

La inhumanidad de quien dirige la Guardia Civil, Arsenio Fernández de Mesa, y de quien dirige el ministerio del Interior, Jorge Fernández Díaz, ha quedado clara en menos de 7 días. El primero, tardando seis días en llegar a Ceuta a investigar lo ocurrido y anunciando cual pavo real varias querellas contra las ONGs que han “atacado” a la Guardia Civil. El segundo, mintiendo en primer lugar, no reconociendo errores, no cesando al director de la Guardia Civil y dando una segunda versión aún más inverosímil todavía, en la que la GC ejerció una “acción proporcionada”. Si más de una decena de muertos es una acción proporcionada, deberíamos asustarnos cuando sea desproporcionada. 

Más de una decena de asesinados, tanto en tierra, por acción, como en el agua, por inacción, deberían ser más que suficientes para provocar la dimisión de cualquiera de ellos, o de ambos. Ah, no, perdón, son cargos políticos, de eso no se dimite. No importa si sus muertos son inmigrantes ahogados, inmigrantes peloteados con bolas de goma, españoles fallecidos en un tren de Angrois, en un metro de Valencia o por suicidio tras un desahucio. En España, de forma alevosa, no se dimite.